En el año 237 a.C. los púnicos desembarcaron en España al mando de Amílcar Barca, para extender el poder de Cartago tras haber perdido la I Guerra Púnica contra Roma. En esa época la Edetania se consolidaba como el principal reino ibero de la costa levantina y, evidentemente, las intenciones púnicas no encajaban en sus planes. Amílcar conquistó el sur peninsular con su excelente ejército para asegurar que las riquezas hispanas pagaran la indemnización de guerra impuesta por Roma. Sin embargo, los planes del caudillo púnico iban mucho más allá, ya que el Barca pretendía utilizar España como base para una futura guerra contra Roma.
Para ello necesitaba controlar todos sus recursos, doblegar a la población y utilizarla como mano de obra; y todo eso sólo podía llevarlo a cabo conquistando la península región por región. Partiendo de las factorías púnicas establecidas en el sur, Amílcar inició la conquista expandiéndose hacia el noreste.
En ese momento la ciudad de Sagunto pidió ayuda a Roma. ¿Fue un acto individual, sin contar con el resto del reino? No parece posible. Lo más probable es que los historiadores romanos utilizaran a Sagunto como un símbolo que representaba toda la Edetania, ya que el reino se preparó para la inminente guerra.
De esta manera, alertados los romanos sobre las intenciones púnicas, el Senado envió una delegación encabezada por uno de los cónsules en ejercicio, Cayo Papirio Maso, que en 231 se entrevistó con Amílcar. El caudillo púnico aseguró que su presencia en España sólo obedecía a la necesidad de Cartago de pagar las indemnizaciones a Roma y que sus intenciones no eran otras que cumplir con los términos del tratado de paz. Evidentemente Papirio no le creyó y advirtió al púnico que cualquier intento revanchista tendría una respuesta rápida y contundente por parte de Roma. Sin embargo, más allá de esta advertencia, Amílcar quedó con las manos libres para proseguir con sus planes. El Barca sabía ahora que Roma estaba advertida y acelero la marcha invadiendo el norte de la Contestania y, tras dominarla a sangre y fuego, inició la invasión de la Edetania.
Los autores romanos cometen frecuentes errores a la hora de identificar lugares. Según varias fuentes parece que la invasión se produjo por el interior; sin embargo, la estrategia púnica siempre buscó los litorales, por lo que es más que probable que tras la fundación de Akra-Leuke, actual Alicante, Amílcar continuara su marcha hacia el rico norte y no hacia el oeste.
La obsesión de los púnicos por conquistar el litoral y el miedo de las colonias griegas provocó la firma en 226 a.C. del famoso tratado del Ebro entre Roma y Cartago, por el que los púnicos se comprometían a no cruzar el río. Tratado con el que Asdrúbal, heredero de su suegro Amílcar, trató de apaciguar a los romanos. Sin embargo quedaba Sagunto, fiel aliada de Roma, la única ciudad edetana capaz de representar una amenaza para el expansionismo púnico. Majestuosamente alzada en la roca que la protegía y defendida por un impresionante sistema de murallas, la ciudad edetana no se plegó a las amenazas púnicas y defendió con valor su independencia.
Aníbal, hijo de Amílcar, se fijó como objetivo la consecución de los planes de su padre, invadiendo toda la zona que le separaba de los Pirineos. En su camino se alzaba Sagunto, la única ciudad edetana que pudo hacerle frente y ante cuyas formidables murallas tuvo que emplear ocho meses de esfuerzos titánicos. Agotados los víveres, los saguntinos decidieron fundir todo su oro y plata mezclándolo con bronce para evitar que sus riquezas cayeran en poder de Cartago. De nuevo nuestros antepasados dieron una lección de valor no cediendo su bien más preciado: la libertad. Los hombres se lanzaron contra los púnicos en una carga suicida mientras las mujeres se arrojaban desde lo alto de las murallas en lo que sería el fin de la independencia de un reino valeroso que supo ganarse con coraje su puesto en la Historia.