La Edetania movilizó sus fuerzas y las sumó a las de los reinos vecinos para aunar esfuerzos. Sin embargo, esta vez la estrategia ibera no buscó un enfrentamiento en campo abierto, donde el poderoso ejército púnico llevaría todas las de ganar. Buscaron pues una táctica antes tan sólo empleada a pequeña escala pero que desarrollada con el apoyo de todo un ejército sorprendería el mundo entero por su mortífera eficacia: la guerra de guerrillas.
Así pues, se dejó entrar a los púnicos en perfecta formación de marcha en la Edetania. Confiado en su superioridad y en la ausencia de enemigos, Amílcar cruzó el Júcar y dividió sus tropas para marchar hacia el norte; entonces los edetanos y sus aliados atacaron. Emboscados, el ejército púnico fue golpeado por unidades que causaban el mayor daño posible y se retiraban rápidamente antes de que los cartagineses consiguieran formarse para rechazar el inesperado ataque.
Aun así, y conquistada la zona sur edetana Amílcar dejó el litoral y, siguiendo a los guerreros iberos que le conducían astutamente a una trampa mortífera, penetró en el corazón de la Edetania, donde el grueso de las fuerzas iberas le esperaban sedientas de sangre púnica. Los iberos formaron su ejército en un terreno en el que la superioridad púnica no podía desplegarse. La caballería no podía actuar contra el enemigo y la falange tuvo que formar a la defensiva para tratar de repeler el violento ataque iniciado por los iberos... es decir, una trampa magistral en la que un excelente general como Amílcar, al que la Historia ha tratado como tal, cayó completamente.
Y ahí es donde entran los carros de fuego de los iberos, que lanzados contra la falange la rompieron para que los infantes edetanos, armados con la formidable falcata, se lanzaran contra los púnicos masacrándolos. Amílcar no debió dar crédito a lo que estaba presenciando. Su poderoso ejército estaba siendo derrotado por aquellos iberos a los que tanto despreciaba y a los que sólo veía como carne de lanza. Angustiado se lanzó a la batalla tratando de dar ánimos a sus hombres con su presencia, pero en primera línea fue herido por el hierro español y ordenó la retirada.
Al llegar al Júcar se encontraron con que los edetanos, que conocían perfectamente el terreno por el que se movían, estaban esperándoles y el pánico se adueñó de los púnicos, que trataron de escapar de aquella trampa a toda costa mientras por ambos flancos los guerreros iberos les atacaban. Allí murió Amílcar Barca, ahogado en el río Júcar, y allí podría haber muerto el sueño púnico si los edetanos y sus aliados hubieran dispuesto de fuerzas suficientes para rematar al enemigo, derrotado, humillado por un ejército al que consideraban inferior, y en que marchaba en franca huida.